martes, 26 de abril de 2016

EL_ RE-FLE_JO



Cuando se consumó la transformación, Apolo quedó abrazado a Dafne -a su árbol- por largas horas. Su llanto dio paso a un inmenso sentimiento de paz y a un poderoso pensamiento: a partir de ahora su única misión en la vida era cuidar de este árbol, sencillo, hermoso y vibrante como no se había conocido.
Todas las mañanas al despuntar el alba, Apolo ya estaba junto al tronco para limpiar las gotas de rocío. Y al anochecer no eran pocos los días en que se acurrucaba en sus hojas caídas para pasar la noche al raso, acompañando cada instante de su existencia.
Pasaron los meses. Pasaron los años. Toda una eternidad. Apolo habría dado cualquier cosa por volver a abrazar a su amada.
Y entonces, un día como cualquier otro, ocurrió un hecho extraordinario. Había llovido desde el cielo y desde los ojos de Apolo. El agua había formado un pequeño charco bajo el árbol. El cielo se abrió, las nubes se disiparon, y justo en el momento en que el sol se ocultaba, Apolo bajó la cabeza para ver el reflejo del árbol en el agua, pero lo que pudo contemplar fue el rostro de su amada. Fue un destello apenas, pero suficiente para seguir cuidando el hermoso, sencillo y vibrante árbol de laurel por otra eternidad completa.

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